La COVID-19 impulsa nuevos horizontes

La comunicación personal ha sufrido una revolución

No vamos a hablar de la COVID-19 que bastantes son las noticias que nos proporcionan diariamente los medios de comunicación sobre la misma. No hay ninguno de ellos que deje de hablarnos de sus nefastas consecuencias proporcionando estadísticas o mapas ilustrativos de los núcleos, municipios o distritos menos afectados hoy y más alterados mañana.

Mientras, vemos que, como setas, despuntan nuevos focos del virus en otros lugares. Medidas disuasivas, restricciones en los contactos humanos, supresión de las reuniones masivas, recordatorios de prevención. Todo conlleva a un aislamiento cada vez más grave: el miedo a salir a la calle, la angustia por no vernos afectados, las relaciones personales que menguan obligadamente por miedo al contagio. Salvo aquellos y aquellas que, contraviniendo los consejos sanitarios, siguen haciendo reuniones masivas prohibitivas sin las mínimas condiciones de precaución, donde las mascarillas son un estorbo y donde privan los contactos próximos y los focos de contaminación. La ciudadanía responsable, cada vez más asustada por una situación de la que no se ve el final, se recluye al máximo y, sin darse cuenta ni quererlo, está situando en lugar preferente la necesidad de sustituir aquel contacto personal por un contacto “virtual”.

Los medios de comunicación, las redes sociales, pasan a tener prioridad: WhatsApp, Instagram, emails, videoconferencias, llamadas y mensajes han pasado a ser los primeros elementos de comunicación que usamos para relacionarnos con la familia y las amistades. La comunicación personal ha sufrido una revolución.

¿Qué ha despertado en la sociedad esta pandemia?

La reclusión obligada de la gente mayor y la carencia de un contacto y una relación personal ha suscitado que el resto de la familia se haya visto obligada a suplirlo con imágenes y conversaciones visuales a distancia. No deja de ser una sustitución práctica que, si bien no es la ideal, sí que mantiene la relación familiar. Y si antes estos medios eran en general empleados moderadamente, actualmente están a la orden del día. Como dice el refrán “a grandes males, grandes remedios”. Sería interesantísimo tener una estadística comparativa del número de contactos familiares antes de la explosión del virus y los actuales.

En lo referente al mundo laboral, el trabajo “en casa” ha demostrado que bastantes de los mismos no tienen una absoluta necesidad de una presencia personal en el centro del trabajo. Todos sabemos de familiares y amigos que desde hace unos meses están trabajando desde su domicilio compartiendo esta situación con puntual presencia en la empresa. No es la solución perfecta, pues provoca cierto aislamiento, pero ha sido potenciada en los últimos meses (desgraciadamente no es posible para todo el mundo del trabajo). Esta ha facilitado que muchas personas conserven su puesto de trabajo cuando, a causa de la confinación y del tipo de tarea que llevan a cabo, lo más probable era engrosar la lista de personas en paro. De hecho, se prevé que, debido a la situación a la que nos ha conducido el virus, esta forma de vida laboral se vaya consolidando cada vez más. Está en manos de los generadores de empleo el que vean en ella una salida viable, incluso desde el punto de vista económico.

Puesta nuestra mirada en los colectivos que viven “altamente confinados” por ser colectivos de riesgo -gente mayor, enfermos crónicos, personas con discapacidades intelectuales y físicas, personas mayores situadas en residencias- vemos que, mientras no cambie la actual situación, es necesario mantener al máximo su actividad física e intelectual. De esto modo, se evitará que se deterioren sus cuerpos y mentes. Y aquí toman importancia los juegos de rol a distancia, el entretenimiento, el uso del ordenador e Internet para buscar respuestas a problemas logísticos e investigar soluciones.

Está en manos de las entidades que controlan estos grupos fuertemente confinados el programar y promover no solo la proyección de películas que se visionan de forma pasiva o la resolución de entretenimientos muy repetitivos, sino de ofrecer aquellas actividades que pueden mantener despiertas las dotes intelectuales. Y hay que saber ofrecerlas de manera personalizada, a fin de que todos los colectivos puedan participar.

Hay, pues, que propiciar todas aquellas actividades diversas, entretenidas y estimulantes que motiven a los que en ellas participen y, si al final se ofrece algún premio, mejor. Todo ha de servir para mantener activas nuestras capacidades en beneficio de una mejor salud social durante la actual pandemia.